sábado, 23 de julio de 2011

Nacidos para correr



...Ann insistía, correr era romántico; y no, por supuesto que sus amigos no la entendían, porque ellos no lo habían experimentado así. Para ellos, correr era hacer un par de millas miserables sin más motivación que bajar la talla: subirse a la báscula, deprimirse, ponerse los auriculares y terminar con ello de una vez. Pero uno no puede lidiar con cinco horas de carrera de esa forma; hay que perderse en ello, como cuando te sumerges en una bañera caliente hasta que no soportas más el golpe de calor y empiezas a disfrutarlo.

Si te relajas lo suficiente, tu cuerpo consigue acostumbrarse tanto a ese movimiento parecido al de una cuna que se mece, que casi olvidas que te estás moviendo. Y una vez que empiezas a flotar de esa manera delicada, medio levitando, es cuando aparecen la luna y el champagne... estar en sintonía con tu cuerpo, y saber cuándo puedes apretar y cuándo debes parar... Debes escuchar atentamente el sonido de tu propia respiración; ser consciente de cuanto sudor te adorna la espalda; no olvidar premiarte con agua fría y un tentempie salado y preguntarte, con cierta frecuencia y honestamente, cómo te sientes de verdad. ¿Qué podría ser más sensual que prestarle una atención exquisita a tu propio cuerpo?

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